Andrés Gómez O.

 

De los 300.000 años de historia de nuestra especie en la Tierra, la mayor parte la hemos pasado vagando entre plantas y árboles, forrajeando nuestro alimento. Hace unos 12.000 años, nuestros antepasados seleccionaron las especies vegetales más promisorias y se asentaron en sociedades agrícolas. En tiempos más cercanos, los años cincuenta del siglo XX, una sustancial proporción de la población del mundo habitaba el campo; sus actividades cotidianas estaban directamente relacionadas con la producción y distribución de alimentos.

Con la gran aceleración, que se da con la intensificación del modelo económico capitalista a partir del uso de petróleo como fuente energética que posibilita su configuración (Riechmann, 2017), esta realidad, relativamente estable en el tiempo, cambió por completo. La industrialización de la producción de alimentos impulsó la generación de patrones de consumo que permitieron el nacimiento y desarrollo de una gigantesca industria subvencionada por la energía solar acumulada en los combustibles fósiles, lo que determinó una nueva proporción demográfica campo-ciudad, la desaparición de ecosistemas enteros que fueron reemplazados por plantaciones, la homogeneización de nuestras dietas, la pandemia de la obesidad: una forma completamente nueva de relacionarnos con el alimento, con nuestros cuerpos, y por ende, con los entornos ecológicos que sostienen la vida. A partir de la extracción ilimitada de bienes naturales en un planeta finito, con condiciones también finitas para procesar los residuos  por ejemplo, el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que emitimos a la atmósfera como producto de la combustión de las energías fósiles  se nos impuso un modelo en el que la generación de ganancias perpetuas es más importante que nuestra supervivencia, y la de todo aquello que le da sentido a nuestro paso por el mundo.

 

Entre el 44% y el 57% de todas las
emisiones de gases de efecto de invernadero
provienen del sistema agroindustrial; allí
se incluyen las emisiones por deforestación,
uso de agrotóxicos y fertilizantes químicos,
procesamiento, embalaje, transporte,
refrigeración y desperdicio […]

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Tomado de: Revista Semillas