La COP26 celebrada en Glasgow desde el 31 de octubre hasta el
12 de noviembre determinará los objetivos que los países vinculados cumplirán para enfrentar el cambio climático. FOTO GETTY

Colombia presentó su estrategia a largo plazo en la Cumbre de Glasgow. Las metas son difíciles de cumplir

Por: VANESA DE LA CRUZ PAVAS

A8.277 kilómetros de distancia del área metropolitana del Valle de Aburrá, en Glasgow, Escocia, el presidente Iván Duque Márquez y el ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Carlos Eduardo Correa, presentaron este lunes la llamada Estrategia Climática de Largo Plazo de Colombia, E2050, que plantea las metas del país para aportar a la lucha contra el cambio climático.

Lo hicieron en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2021, que es la 26° Conferencia de las Partes, o COP26. Este evento es considerado por muchos la última oportunidad para salvar el mundo de una catástrofe a causa del aumento de temperatura superior a los 2 grados centígrados. Pero, para otros, incluida la líder mundial por el medio ambiente Greta Thunberg, es puro blablablá de políticos y personas en el poder que fingen tomarse el futuro en serio mientras solo maquillan de verde sus acciones.

Allí, Colombia fue felicitado no solo por ser de los pocos países que sí han planteado metas a largo plazo, sino por
la ambición de las mismas. Son ambiciosas, sí, casi imposibles. ¿Podrán cumplirse para los plazos de 2030 y 2050 establecidos o se quedarán en el papel y serán solo promesas?

La propuesta

La E2050 propone que el país,  para mitad de siglo, reducirá las emisiones de gases de efecto invernadero en 51 % y logrará ser un país carbono neutral, que disminuirá en 40 % el carbono negro y que para 2030, menos de 10 años, llegará a tasas de deforestación cero. Además, para 2022, sembrará un total de 180 millones de árboles y para finales de este año tendrá protegidas 30 % de las áreas del país y 500 empresas en el programa Carbono Neutral (ya hay 100). Se suman el pago por servicios ambientales, el trabajo con comunidades indígenas, el desarrollo de cadenas de valor con productos de la Amazonía y la multiplicación, por más de 100 veces, de la capacidad instalada de energías renovables.

Metas ambiciosas

Colombia solo emite 0,6 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo. Algo así como si tuviéramos 100 manzanas y en una de ellas un pedacito pequeño, del tamaño de un mordisco, estuviera podrido. La responsabilidad de este país, entonces, parece mínima ante el cambio climático, ¿verdad?
Pero no es así. En realidad, cada país cuenta e influye, aunque sí es cierto que hay quienes tienen más emisiones
y, por lo tanto, más responsabilidad. Además, Colombia también es culpable: las tasas de deforestación llegaban a 197.159 hectáreas hasta 2018.

Por esto son importantes las estrategias, que para este caso se diseñaron en nueve líneas de trabajo que permitirán
alcanzar la resiliencia climática, según Francisco Charry Ruiz, director de la Oficina de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia: ampliación del conocimiento, una gestión
integral de la biodiversidad, producción y consumo sostenible, transición justa de la fuerza laboral, desarrollo rural,
marino y costero diferenciado, ciudades y regiones resilientes, matriz energética diversificada, movilidad e infraestructura sostenible y aumento de la capacidad de adaptación del país frente al cambio climático.

La E2050, por muy formal que suene y aunque se presente ante la COP26, es aspiracional y no vinculante, lo que
implica que es un referente del cambio mínimo necesario basado en proyecciones, continúa Charry. En palabras más
simples, no es una obligación para nadie, pero sí un ideal.

¿Solo blablablá?

No más explotación de la naturaleza, de las personas y el planeta y no más blablablá y promesas fingidas gritaba
Thunberg en medio de un grupo de manifestantes en Festival Park en Glasgow ayer.

A Colombia la felicitaron por la ambición, pero esto puede ser riesgoso y se debe analizar. Sobre todo porque van más de 30 años de reuniones y negociaciones en la que los países dicen y hacen promesas y no pasa nada, y parece indicar que esta COP26 va por el mismo camino, dice Andrés Gómez, investigador del Área de Energía y Justicia Climática de Censat Agua Viva Colombia: treinta años desde el protocolo de Kioto donde se pidió reducir emisiones pero “son las tres décadas en las que más hemos emitido”.  Este evento corre el riesgo de ser una simple reunión de negocios donde se sigue conservando el mismo sistema económico, pero pintado de verde.

Analicemos los principales objetivos: primero, lograr un país carbono neutro. Esto implica que las emisiones que se producen sean iguales a las oportunidades de captura de gases que hacen sumideros como los bosques. En otras palabras, que el problema y la solución se den en igual medida para lograr un balance, un cero.

Dice Gómez que esto es una imposibilidad teniendo en cuenta las condiciones del país. Ahorrar 169 millones de toneladas de carbono equivalente (la meta) no podrá lograrse porque solamente con 25 % de las reservas ya existentes de yacimientos no convencionales se generarían 6.500 millones de toneladas; así que tendría que dejar de hacerse fracking y la minería y el país ha demostrado que no está dispuesto. “No se puede ser ambicioso cuando se pretende seguir intensificando el mismo sistema extractivo”.

Según Óscar Mesa Sánchez,  profesor titular de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, el problema radica en los datos con los que se trabaja: las cifras de los estudios de las emisiones y de la deforestación con los que trabaja Colombia deben revisarse porque podría estar exagerando. “En el protocolo de Kioto, por ejemplo, tenían datos que podrían estar aumentados, exagerados, para que cumplirlos fuera fácil”. Es decir, inflar la cifra, hacerla parecer más difícil. Para disminuir las emisiones, añade, se tendrá que trabajar sobre todo en el sector

de transporte, incursionar en carros eléctricos, nitrógeno, pero eso no se está haciendo lo suficiente y aún falta mucho.

La segunda y tercera meta son sembrar árboles y lograr deforestación cero para 2030. No será posible, o al menos
será difícil, entre varias razones porque el Gobierno no tiene presencia en muchas zonas del país y no basta con plantear leyes ni declarar áreas protegidas. Debe haber presencia suficiente del Estado y trabajo con las comunidades
para combatir la deforestación y sus causales, como el narcotráfico, añade Mesa.

Reducir las emisiones en 51 % es otro objetivo. Para superar los 1,5 grados centígrados límites determinados en el
Acuerdo de París son necesarias emisiones de 360 gigatoneladas de carbono equivalentes, y hasta ahora se queman
cerca de 41 gigatoneladas. Eso implica que en tan solo nueve años se superará el límite. Y a Colombia aún le falta mucho camino para poder reemplazar la gasolina y el diésel.

Una alternativa más viable y real para cumplir objetivos sería hacer un cambio de todo el sistema económico y cultural, educar a las personas, modificar el modelo productivo y dejar los fósiles donde pertenecen: enterrados en el subsuelo, haciendo cero fracking y cero minería. La ganadería, con el silvopastoreo, por ejemplo, sí pueden ayudar a disminuir las emisiones, pero dice Mesa que no alcanzarán a ser neutras ni en su campo ni en el objetivo general de 51 % porque su impacto es mínimo dentro de la gran emisión. La clave está en reducir las emisiones del transporte.

La ambición del Gobierno suena esperanzadora y sería ideal, pero de nada vale dejar esas metas en palabras. Colombia, entonces, deberá demostrar una ruta de trabajo clara y delimitada año tras año, al igual que sus resultados, con lo que Mesa explica que es plantear un porcentaje anual pequeño que, en 10 o 20 años, tendrá impacto considerable. Algo así como proponer una disminución anual de 5 % en las emisiones, que en 10 años tendrá impacto mayor.

Así que, más que ambición, se requieren objetivos al alcance. Además, si bien esta estrategia es un proceso abierto y
participativo, no deja de ocurrir lejos. Lejos de las comunidades, de los más vulnerables, de los problemas reales, de las enseñanzas de los indígenas. Y son los políticos, los gobernantes, quienes muchas veces desconocen la realidad de sus poblaciones, aunque hablen en representación de todos.

Se les olvida que la Tierra tiene pulmones con los que respira y que se enferma y muere. Que dañar un lugar es
como perder una extremidad  y cambiar el ciclo del agua es bloquear el flujo de la sangre.

La Tierra está viva, dicen los Kogi, una civilización indígena escondida, impenetrable, entre el verde de la montaña a
cinco millas de altura en la Sierra Nevada de Santa Marta. Está viva y la estamos matando. Está muriendo a causa del humano y los Kogi insisten en que saben cómo ayudar. La Tierra está hablando y no sabemos escucharla, y este debería ser otro de los objetivos del país y de los gobernantes del mundo que están en Glasgow: escuchar, incluir y hacer. Cumplir los objetivos, y que más que ambiciosos, sean posibles ■

 

 

Tomado de: El Colombiano