Por: Víctor M. Quintana S.

Es tiempo de elegir la audacia. No en solitario, porque si algo hemos aprendido de esta pandemia es que todas y todos dependemos de todas y todos. Es importante atreverse en colectivo. A eso nos convoca un amplio grupo de personas del sur global, de toda América Latina, de algunas naciones europeas y de Estados Unidos. Podríamos mencionar algunos nombres famosos, pero no queremos menospreciar a tantos nombres que nos suenan desconocidos, pero que resultan tan importantes como los demás.

Todas estas personan firman el documento: Por un pacto social, ecológico, económico e intercultural para América Latina, que sigue abierto a quienes quieran suscribirlo en el sitio https://pactoecosocialdelsur.com/

El llamado parte de las verdades que hemos constatado con la pandemia: se puede detener la desbocada carrera del capital cuando la vida está en peligro, así como la destrucción de ecosistemas y la emisión de CO2. La crisis desnuda y exacerba las desigualdades sociales y planetarias y muestra que nuestro futuro está en juego.

También hemos caído en la cuenta que podemos vivir fuera de la lógica del consumismo exacerbado, de la acumulación sin límite y dentro de redes de ayuda mutua y de intercambios no monetarios. Hemos valorado nuestra codependencia, la importancia de la naturaleza, de la que formamos parte, de las relaciones afectivas, de los cuidados, de la reciprocidad, del sentido de la comunidad.

Esta nueva conciencia hace viables los inéditos que antes no lo parecían. Es a partir de estas constataciones que se propone el Pacto social, ecológico, económico e intercultural para América Latina.

No se trata, y hay que dejarlo bien claro, de una nueva carta a Santa Claus, una serie de demandas a los gobiernos. Más que nada es una invitación a construir imaginarios colectivos, a acordar un rumbo compartido de transformación y una base para plataformas de lucha en los más diversos ámbitos de nuestras sociedades. Más que esperar que vengan de arriba, el pacto invita a desarrollar fuerza y organización en la sociedad para imponer estos cambios a las instituciones, articulando justicia redistributiva, de género, étnica y ambiental. Se divide en nueve puntos:

Transformación Tributaria Solidaria. Es necesario estructurar propuestas de reformas tributarias a nivel nacional que incluyan impuestos a las herencias, a las grandes fortunas, a los mega proyectos, a las ganancias financieras, al daño ambiental, mientras se legisla para impedirlo totalmente

Anulación de las deudas externas de los estados, sobre todo de los países del sur global y construcción de una nueva arquitectura financiera mundial que permita la reconstrucción de las economías, las sociedades y el medio ambiente y sea un paso en la reparación histórica por tantos siglos de despojo.

Creación de sistemas nacionales y locales de cuidado: la sostenibilidad de la vida debe estar en el centro de nuestras sociedades. El cuidado es un derecho de toda persona y a él deben concurrir el Estado, las empresas y las comunidades. Hay que redistribuir las tareas del cuidado entre las clases sociales y los géneros, pues ahora sólo recae en las mujeres. Deben implementarse políticas públicas que construyan redes de protección social en favor de niñas y niños, personas mayores o con discapacidad. Esto implica terminar con la precariedad laboral y de ingreso de las familias.

Una Renta Básica Universal: sería el punto de partida de la política social, se concibe como un derecho básico de todas y todos para poder salir de la extrema pobreza y debe sustituir a las transferencias monetarias focalizadas y condicionadas. Se combinaría con la disminución del tiempo de trabajo formal sin disminuir el salario para dedicar más tiempo a la convivencia familiar y a los cuidados.

Priorizar la Soberanía Alimentaria. Desarrollar políticas que apunten a la redistribución de la tierra, del acceso al agua y a la tierra. Priorizar la producción agroecológica, pesquera, campesina y urbana por sobre la agricultura industrial de exportación, con todos sus nefastos efectos ambientales y sociales. Fortalecer los mercados campesinos y locales.

Construcción de economías y sociedades postextractivistas. Es necesaria una transición socioecológica radical y progresiva de la dependencia del petróleo del carbón y del gas, de la minería –incluida la del agua– de la deforestación y de los monocultivos para cuidar los comunes y regenerar nuestras sociedades.

Recuperar y fortalecer espacios de información y comunicación desde la sociedad, pues actualmente los medios y las redes sociales son dominadas por las corporaciones más poderosas.

Autonomía y sostenibilidad de las sociedades locales. Las cadenas de valor de la globalización neoliberal se han cimbrado con la pandemia. Por eso es importante reconstruir la economía y la política con base en la autonomía y sostenibilidad de lo local. Fortalecer la autodeterminación de los pueblos indígenas, campesinos, afroestadunidenses y de las comunidades urbano-populares.

Por una integración regional y mundial soberana. Fortalecer los intercambios locales, regionales, nacionales y a escala latinoamericana, con autonomía del mercado mundial globalizado y su instrumento: el dólar. Diversificarnos y complementarnos como comunidad económica latinoamericana.

Aquí está una agenda, un referente para nuestras luchas. No podemos esperar a que los grandes actores políticos comiencen a operar los cambios que nos exige el mundo después de la pandemia. Hay que cultivarlos desde abajo, desde ahora. La única manera de continuar siendo, es siendo audaces.

Tomado de: Jornada.com.mx